jueves. 18.04.2024

Amaya Ariza

El pasado 23 de abril, cómodamente sentada en el salón de mi casa, me sumergí en el único mundo existente en estos tiempos de confinamiento: el virtual. Twitter es una de las callejuelas que más me llaman y donde más aprendo.  Ese día, nuestros vecinos musulmanes festejaban el comienzo del Ramadán, mediante numerosos posts. Pero no fue esto lo que más me llamó la atención, sino la respuesta que tuvo en el resto de la comunidad. Algunos salieron a sus balcones virtuales a aplaudir mientras que, otros no solo no palmotearon, sino que optaron por hacer una cacerolada, sin mucha resonancia. A las 21.40 h de ese mismo día, el Ministerio de Asuntos Exteriores salió al balcón a celebrar, consiguiendo 625 Retweets y más de 1700 ‘Me gusta’. Su simpatía hacia los vecinos musulmanes era evidente, pero a la vez, desconcertante: ¿dónde estaba el tuit de “Feliz Pascua” que muchos católicos estuvieron (o no) esperando? Esto me hizo reflexionar.

La España dividida se repite constantemente: las alas más conservadoras parecen ser totalmente incompatibles con aquellas más progresistas. El consenso se convierte, cada vez más, en una utopía y las incongruencias se multiplican a medida que pasa el tiempo. El bando ‘izquierdista’ de nuestro país, en su gran mayoría, sigue la línea del Ministerio de Exteriores. Respalda una extraña línea de comportamiento que hace que acabe confraternizando más con los seguidores de Mahoma, las mezquitas, la Meca y la carne halal que, con Jesucristo, la Iglesia, El Vaticano y el pan y vino.  Estos individuos son los mismos que defienden la laicización del Estado y la causa feminista y LGTBI, entre otros. Mientras, el Islam sostiene que la Sharia debe conformar la legislación gubernamental, relegando a un segundo plano la separación entre la religión y el Estado. Y, no solo eso:  a simple vista, podemos ver que el Burqa nada tiene que ver con el feminismo liberal, o que la jurisprudencia matrimonial del Corán sobre la poligamia no encaja del todo con los recientes conceptos de ‘poliamor’ o ‘anarquía relacional’.

Pero no vengo a hablaros solo de una parte de la comunidad. Vengo a criticar a la calle entera. El ala más conservadora, criada en los valores cristianos y firme defensora de la Iglesia, es la más intolerante hacia el Salat. Por regla general, defiende su cultura predominante sobre las demás y no contempla la inclusión de plegarias desconocidas.  A pesar de compartir una fe y unas creencias monoteístas, curiosamente, son los más religiosos los que no entienden de otras religiones.

Estas últimas parecen, de hecho, haberse politizado (oh, qué sorpresa).  Estamos reproduciendo el famoso Choque de Civilizaciones de Huntington dentro de nuestras propias fronteras. Estamos haciendo que el enemigo se convierta en nuestro vecino. Y todo por una falta de cohesión, una carencia de valores comunes, una inexistencia de identidad compartida.  Nos encontramos en un país donde parece no haber acabado la Guerra Fría. Y es que, aún hay un sector de la población que sigue la retórica estadounidense, que permanece en línea con esa lucha contra el enemigo. Esa lucha de la civilización occidental contra el amenazante Islam, que podemos ver en diversas series como Homeland o Kalifat. Al igual que, hay otro que se opone a la discriminación de las minorías, que no duda en proteger al ‘proletariado’ del siglo XXI, aunque sin dejar atrás un cierto rechazo hacia la religión predominante de nuestro país.

Señores, aquí hay algo que no funciona. Soy consciente de que caigo en estereotipos. Me diréis que no hay blancos ni negros: también existen grises. Y estoy de acuerdo. Pero este es un gran resumen de la sociedad española. Los más liberales pecan de querer ser demasiado modernos y aquellos más “chapaos a la antigua” intentan conservar su imagen de patriotas y su afán de cierre de fronteras. El Islam es una religión tan válida como la Cristiana. El hecho de ser católico no debería provocar un rechazo hacia los vecinos musulmanes y, el ser ateo no te convierte en principal enemigo de los cristianos.

Me pregunto si en esta callejuela donde reina el caos, algún día se logrará el punto medio del que tanto hablaba el gran Aristóteles. Aunque, ahora que caigo, puede que se le olvidara tuitearlo.