miércoles. 24.04.2024
AQUELARRE DE TARIFA

Lo que menos esperaba

Soy una trotamundos; callejera, nómada y cosmopolita. Hace dos meses, la cuarentena llegaba a mi vida para partirla. Ahora, miro hacia atrás y solo puedo dar las gracias a la vida por haberme dado la oportunidad de vivir esta experiencia.

Gracia Sumariva

Cuando cerré la puerta el 14 de marzo, jamás imaginé que no se volvería a abrir hasta dos meses después. Las dos primeras semanas, fueron llevaderas; pero, a medida que el Estado de alarma se fue prorrogando, una gran comuna de preocupaciones, tristezas y ansiedades comenzaron a asentarse en mi cabeza. Así, empecé a vivir a caballo entre un futuro que cada vez era más incierto y un turbulento océano emocional; y, sin darme cuenta, esa chispa de luz que siempre me había caracterizado se fue apagando. No me sentía yo. Por casualidades de la vida – o mejor, del destino–, me topé con el concepto del ‘‘niño interior’’. Carl Jung – un famoso psicólogo del siglo XX–, lo define como la parte más vulnerable y sensible del ‘‘yo’’; una parte del subconsciente que lleva con nosotros desde pequeños y que determina cómo respondemos emocionalmente a las situaciones. Si bien el confinamiento no me dejaba salir de casa, mi naturaleza viajera me llevó a replantearme este tiempo como un buen momento para embarcarme en una emocionante aventura por mi universo interior.

Los seres humanos somos muchas cosas, pero, ante todo, somos complejos. La mente y, sobre todo, el subconsciente, me ha fascinado desde que era pequeña. Me parece muy curioso que una parte de nosotros que apenas conocemos y reconocemos sea la que determine en gran medida cómo nos comportamos. Mi viaje empezó   preguntándome el porqué de mis emociones. ¿Por qué lloraba?, ¿por qué tenía tanta ansiedad?, ¿por qué me enfadaba tanto?, ¿por qué me asustaba tanto la cuarentena? ¿Era el simple hecho de estar encerrada lo que me llevaba a estas emociones o había otras razones de las que yo no era consciente? Poco a poco fui, y con mucho trabajo, descubriendo algunas partes de mí que desconocía. Sueños, temores y miedos que habían estado escondidos por mi mente durante más de veinte años. Fue la tarde en la que anunciaron la tercera ampliación del confinamiento, la que me llevó a un intenso llanto y a descubrir mi gran temor a la incertidumbre y a no tener las cosas bajo control. Un miedo que, además de ser irracional, me desvelaba un gran pesimismo a la hora de enfrentarme a la situación. Justo ahí, comprendí de dónde venía todo el vaivén de emociones de las últimas semanas. En un estado de enorme alegría, abracé a mi niña interior y le dije que todo iría bien, que no había nada que temer.

Desde muy pequeños, nos vemos imbuidos en una sociedad muy pesimista que nos lleva a plantearnos la realidad desde un ángulo negativo. En 2019, la Asociación Internacional Gallup en su índice Esperanza Mundial enfatizó cómo la humanidad cada vez tendía a ser más negativa y, además, situó a España en la lista de países pesimistas. Esto, nos guste oírlo o no, es algo que nos afecta a todos como sociedad. De hecho, es muy significativo que hoy en día, la primera causa de muerte no natural en España sean los suicidios y no otra. No somos conscientes, pero, en muchas ocasiones, nos aproximamos a la vida a través de unas lentes que están preparadas para ver todo lo negativo de las situaciones y no el lado bueno de las cosas. ‘‘Me va a salir mal el examen’’, ‘‘jamás le voy a gustar a nadie’’, ‘‘no creo que vaya a triunfar’’. ¿Cuántas veces nos hablamos a nosotros mismos como si habláramos con nuestro peor enemigo? Y lo peor de todo es que no somos conscientes de este corsé de creencias en el que vivimos; no somos conscientes de que nosotros mismos somos quienes nos hacemos más daño.

Las creencias son solo creencias. Una vez que descubrí esta negatividad con la que me aproximaba al confinamiento, empecé a trabajar en la forma en la que me aproximaba a la incertidumbre. Como un riachuelo, hoy fluyo con la corriente del día a día, sin agarrarme a nada y sin miedo a no saber lo que habrá mañana. Que el confinamiento me fuera a enseñar tanto sobre mí y sobre la vida sin salir de casa era lo que menos me esperaba.