sábado. 20.04.2024

 

La hiperconexión ha generado un cambio en las formas de comunicación entre las personas que incluso ha llegado a desembocar en un cambio cultural; un mundo en el que cobra especial importancia el nuevo orden cultural denominado como cibercultura.

Lejos queda el día en el que los medios digitales y las nuevas tecnologías no ocupaban el día a día - incluso me atrevería a decir -, minuto a minuto de millones de personas. De hecho, mi generación no ha conocido otra forma de vida. Son muchas las ventajas que ofrecen estas nuevas formas de comunicación o interacción, y van desde una comunicación rápida, gratuita y eficaz con personas ubicadas en la otra punta del mundo, hasta una cita médica por video llamada en plena pandemia. La globalización ha permitido la permeabilidad de estos nuevos sistemas de interacción y de sus ventajas en la sociedad, pero también de sus inconvenientes.

Si bien hemos de dar gracias a las tecnologías en muchos aspectos, como por ejemplo su aportación a nuevos avances en el terreno de la medicina y la biomedicina, no por ello debemos olvidar el desafío que presentan en las relaciones humanas y culturales. Estos cambios, tal y como señala Escobar (2005) en su artículo Bienvenidos a Cyberia. Notas para una antropología de la cibercultura, están produciendo una transformación fundamental en la estructura y en el significado de la sociedad moderna.

 

“A la tecnología se le ubica por fuera de la sociedad, se le considera autónoma, y se le señala como valorativamente neutral (…) está no puede ser culpada por los usos que los humanos le han dado o le dan”, señala Escobar.

 

Aunque no se puede culpar a la tecnología del uso que se le dé, no debemos olvidar la importancia de esta como condicionante del comportamiento humano hacia ella.

El constructivismo social permite dar una explicación acerca de los efectos de las tecnologías sobre la población y las estructuras de poder. Michel Foucault (1973) señalaba de forma acertada: “El período moderno trajo consigo órdenes particulares de la vida, el trabajo y el lenguaje, encarnados en la multiplicidad de prácticas por medio de las cuales la vida y la sociedad son producidas, reguladas y articuladas por los discursos científicos”. Con esta sentencia nos debería resultar imposible pensar que las tecnologías nada tienen que influenciar en nuestra forma de vida.

Por otro lado, y tal como afirma Heidegger, la tecnología también puede ser entendida como una práctica paradigmática de la modernidad donde los medios permiten la creación de nuevas realidades y manifestaciones de la persona. Si bien la hiperconexión puede ayudar a una persona a encontrarse, entendiéndolo desde el punto de vista en el que esta se relaciona con personas afines y que se encuentran a kilómetros de distancia pero se crea un vínculo y un ambiente de intercambio cultural bidireccional beneficioso para ambas partes, no podemos dejar escapar la realidad de que en algunas ocasiones este tipo de prácticas puede llevar a actividades destructivas y a la desaparición de otras formas fundamentales de revelar la esencia de una persona.

 

Aquí́ se incluyen temas como la destrucción cultural, la hibridación, la homogenización, y la creación de nuevas diferencias a través de formas de conexión fomentadas por las nuevas tecnologías –sin duda un aspecto de lo que Arjuma Appadurai denomina “etno-espacios”, señala David Hess.

 

Para algunos investigadores como Haraway y Rabinow en 1991, mientras que la cibercultura puede ser vista como la imposición de una nueva cuadrícula de control en el planeta, también representa nuevas posibilidades para articulaciones potenciales entre los seres humanos, la naturaleza y las máquinas. Uno de los desafíos que plantean los antropólogos e investigadores es por tanto la necesidad de prestar atención a las relaciones sociales y culturales entre la ciencia y la tecnología como mecanismos centrales de producción de vida y cultura en el siglo XXI. Como afirma Escobar (2005): “Los antropólogos necesitan comenzar en serio el estudio de las prácticas sociales, económicas y políticas relacionadas con la tecnología y a través de las cuales la vida, el lenguaje y el trabajo están siendo articulados y producidos.

 

Lo que está en riesgo son las nuevas formas de lenguaje que alteran de forma significante la red de relaciones sociales, que reestructuran aquellas relaciones y a los sujetos que ellas constituyen”, afirmó Mark Poster en 1990.

 

Si aterrizamos este concepto en la actualidad, podemos observar cómo la pandemia causada por la COVID-19 ha producido un cambio importante en las formas de comunicación y comportamiento de la sociedad. Cuando el mundo sufría la primera ola de infecciones por el virus, el confinamiento domiciliario fue una de las medidas llevadas a cabo por los gobiernos de numerosos países con el fin de reducir al máximo el contacto humano y, por tanto, la oleada de contagios que hasta entonces se estaban produciendo. Pero ¿qué supuso esta decisión para las formas de interacción que hasta entonces tenía la población?

Los ciudadanos tuvieron que adaptarse y buscar nuevas formas de interacción con el fin de seguir llevando a cabo las actividades y relaciones sociales que se producían en sus vidas cotidianas. Es por ello por lo que, de nuevo, retoma gran importancia el concepto de cibercultura, ya que la pandemia ha logrado incluso reformar ciertos ámbitos de nuestra vida gracias a ella.  

Como indican los expertos, se produjo un incremento notable en el número de descargas de aplicaciones y redes sociales como Instagram, Tik-tok o House party (app para realizar videollamadas de hasta 8 personas) etc., debido a la intención de las personas de estar más conectadas que nunca. Por su parte, las empresas, grandes entidades y colegios y universidades, entre otros, han tenido que modificar su funcionamiento e interacción habitual para adaptarlo a la nueva situación, optando por utilizar las nuevas tecnologías y las diferentes opciones virtuales que estas ofrecen. Definitivamente, en el año 2020 la cibercultura ha cobrado un papel protagonista; el conoravirus ha fomentado la precipitada adaptación a la nueva cultura tecnológica.

Por otro lado, no solo la pandemia ha potenciado la cibercultura; los memes en internet juegan un gran papel como nuevas formas de manifestación cultural. Aunque su aparición no es algo novedoso, la realidad es que los memes que circulan por las redes y que nos hemos acostumbrado a ver, se utilizan también como medio para manifestar una determinada cultura. A través de su característico humor negro, se plasman temas que rodean nuestra vida cotidiana. Tras realizar una investigación acerca de este tema, Jack David Henríquez Gómez, magistrado en Comunicación y Medios en la Universidad Nacional de Colombia, afirmó lo siguiente:

 

“Algo muy importante en el trabajo es que entendí el meme de una manera muy particular, que está centrada en el enfoque comunicativo interpretativo cultural, es decir, se entiende desde una perspectiva puramente cultural, pero relacionado con la comunicación”

No debemos por tanto olvidar que las nuevas tecnologías han traído consigo una nueva forma de intercomunicación y por tanto nuevas formas culturales que deben ser tratadas con la importancia que respecta a este tema por los investigadores y cuya cibercultura ya se encuentra entre nosotros.