viernes. 26.04.2024

La sanidad pública es un instrumento que siempre he apoyado sin dudarlo, frente a opiniones demasiado liberales a mi alrededor que intentan convencerme de las bondades de la privatización de este sector, por ejemplo, en Estados Unidos. Y aunque os voy a contar una mala experiencia, esto no va a cambiar mi visión, mas simpatizo con aquellas voces que claman por un cambio que mejore el trato y las condiciones. En este contexto, no me alargo más y detallo una experiencia de seis meses.

En plena salida de la primera ola de la pandemia, el verano daba sus primeros coletazos a una ciudad cordobesa. Yo disfrutaba de una noche de domingo con un partidazo; el Real Madrid visitaba Anoeta en su pelea por la liga. Esto no es una crónica de aquel encuentro, así que vayamos directamente al final. En un movimiento de muñeca del cual no recuerdo el motivo, detecté un extraño bulto sobresaliendo. No sentía molestia ni dolor alguno, así que no le di demasiada importancia. Ni una semana tuvo que pasar para comprender lo equivocado que estaba. Rutinas tan simples como escribir, abrir una puerta, usar el ordenador o coger un tenedor se volvieron un pequeño infierno. Tan pronto como pude, solicité ver a mi médico de cabecera. Sin embargo, entre citas telefónicas, vacaciones y esperas, no fue hasta dos semanas después cuando pude visitar al doctor, el cual ni siquiera conocía, ya que se trataba de un ‘suplente’. En efecto, tenía un quiste ganglionar que aplastaba mi articulación, lo cual generaba tirones en diferentes partes de la mano y el brazo. Me resultó jocoso el hecho de que solo necesitó verlo a una prudente distancia de seguridad para informarme de la imposibilidad de extirpármelo. “En verano no operan, así que si en septiembre lo sigues teniendo, vuelve a pedir cita”. Así de contundente fue su mensaje con el que tuve que volver a casa sin ninguna solución. Un periodo estival en el que la aflicción en mi muñeca derecha me impidió vivir con normalidad.

Apenas dejé avanzar unas jornadas del noveno mes, solicité una nueva cita con atención primaria. En esta ocasión sí fui atendido por el personal adecuado, que inspeccionó la zona con pequeños apretones usando sus dedos. Desafortunadamente ese hombre únicamente tenía la opción de redirigirme a otro médico, así que acudí a recepción para recibir otra cita con otro doctor. Quedé absolutamente sorprendido cuando lo más inmediato posible era el mismísimo diez de noviembre, o lo que es lo mismo, dos meses más de espera. Una espera que, además, fue más tortuosa si cabe debido al inicio del curso universitario, lo que requería un esfuerzo titánico por mi parte para tomar apuntes con una mano dolorosa. No obstante, mi esperanza radicaba en esa bendita fecha en la que depositaba toda mi confianza para que se deshicieran del dichoso bulto.

Datos de la cita médica

Datos de la cita médica

Fueron cincuenta y cinco tediosos días, pero la ansiada fecha llegó. Acudí al centro sanitario deseoso de acabar con la molestia que me impedía usar mi mano derecha. Esa misma mañana me percaté de algo extraño. Con tanto tiempo de espera no pude evitar consultar al “Dr. Google”; navegué por la red en búsqueda de información sobre mi problema. Evidencié que hay tres opciones cuando surge un quiste: la más drástica es la extirpación mediante cirugía, aunque también existe una opción más leve, en la que se absorbe el líquido del interior del ganglión con una jeringa, y si no es doloroso, se recomienda obviarlo. Si supuestamente iban a extirpármelo, me resultó sospechoso no haber recibido ninguna indicación para afrontar el preoperatorio, por lo que descarté ese escenario. Aun así, seguía ilusionado en que como mínimo el fluido fuese suprimido con un breve pinchazo y, por tanto, el quiste se desinflase como un globo de agua. Pero ni mis mayores esperanzas sirvieron para nada, ya que la doctora fue concisa en su mensaje: el bulto no era lo suficientemente pronunciado como para intervenir. Por mi mente apareció el recuerdo de que, en septiembre, cuando pedí esta cita, el tamaño sí que era considerablemente grande. Por lo que se ve, los quistes varían su tamaño con el paso del tiempo. “¿Así que ahora tengo que esperar a que crezca?”, pregunté confuso, y la respuesta fue afirmativa. Dos meses de demora para cinco minutos dentro de la consulta.

El trato tan seco de los médicos, sumado a las largas esperas para que alguien me ofrezca una solución hacen que pierda la esperanza en una sanidad pública de la que tanto presumo ante otros países más desafortunados. Han sido en total más de cuatro duros meses, “y lo que queda”. Al final, quizá no me quede otra que recurrir a una clínica privada que me pueda dar un desenlace feliz, aunque sea a cambio de un importante gasto económico.