sábado. 20.04.2024
Fútbol

Superliga, Champions y, cada vez menos, fútbol

El terremoto desatado por el anuncio de la creación de la Superliga Europea deja a los gestores de los clubes fundadores contra las cuerdas, refuerza la posición de la UEFA, tapando su nuevo y desequilibrado formato de Champions League, y mantiene sin resolver las principales amenazas que ponen en riesgo el reinado del fútbol en Europa
Superliga

El día D 

Diecinueve de abril de 2021, el día que recordaremos como el inicio de una ruptura sin precedentes, que se dispone a cambiar las reglas, arrasar con todo y desafiar los pilares que, no sin dificultades, aún sostenían el fútbol europeo. Cabe incidir en esto, pues al igual que el deteriorado fútbol sudamericano ve cómo su talento joven vuela hacia Europa sin tan siquiera haber debutado en las ligas nacionales, los desafortunados equipos que no formaran parte de la nueva Superliga tendrían que ver cómo aumenta la distancia entre ellos y los transatlánticos del fútbol europeo. Aunque esta diferencia ya es lo suficientemente grande como para dominar todas y cada una de las competiciones domésticas, esta nueva competición dejaría a quienes se quedaran fuera como meros espectadores de la absorción, de la misma manera que un agujero negro supermasivo atrae toda la materia que está a su alcance, de todo el talento local por parte de los integrantes de la nueva competición.  

Era el momento, tras meses de negociaciones entre la UEFA y la ECA, la Asociación de Clubes Europeos, el nuevo formato de la Champions League estaba a punto de ver la luz. Esta modificación supondría más beneficios para los grandes clubes europeos, tanto a nivel económico, con un incremento en sus ingresos, como en el ámbito deportivo, con dos plazas asignadas por coeficiente para aquellos clubes poderosos que no logren clasificarse por méritos deportivos. Sin embargo, no era suficiente para saciar a los hambrientos colosos cuya ambición era tener el control casi total de lo que se generase, cuya gestión aún estaba, en mayor proporción, en manos de la UEFA. 

Apenas horas antes de que se hiciera pública esta modificación, y tras días de rumores que, por las respuestas de los principales organismos del fútbol europeo, parecían tornarse en realidad, se anunciaba, como un movimiento más en esta faraónica partida de póker, el nacimiento de la Superliga Europea, fundada para destronar a la Champions e integrada, en principio, por veinte clubes; los doce fundadores, tres invitados y cinco seleccionados por méritos deportivos

Real Madrid, Atlético de Madrid, Fútbol Club Barcelona, Chelsea, Manchester United, Manchester City, Tottenham, Arsenal, Liverpool, AC Milan, Inter de Milán y Juventus de Turín eran los doce clubes que habían dado lugar al proyecto, encabezados por el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, que dirigiría la competición en sus inicios. El empresario madrileño sería el único de los directivos de estos clubes que se pronunciase en medios, y lo haría justo veinticuatro horas después de hacerse oficial el ambicioso plan, en El Chiringuito, donde, con una actitud magnánima, calificaba a la Superliga como la salvadora del fútbol europeo, que debía atraer al público joven ofreciendo mejores partidos.  

Florentino Pérez en El Chiringuito

Florentino en su entrevista en el Chiringuito del 20 de abril de 2021

La revuelta popular 

De manera sorprendente, dada la escasa asiduidad con la que se produce un hecho de estas características, no en el fútbol sino en el mundo en general, aficionados, futbolistas y entrenadores se unían en contra de esta escisión, defendiendo los formatos actuales y oponiéndose a la fundación de una competición destinada a borrar de las mentes de los clubes menos pudientes el sueño de llegar a lo más alto. Esta reacción alineaba a la masa social y a los integrantes de las plantillas y los cuerpos técnicos con la FIFA, la UEFA y las ligas y federaciones, aunque solo fuese ante un enemigo común, la Superliga, pues la distancia entre estos organismos y los protagonistas del juego, aunque también entre quienes viven el fútbol desde las gradas y quienes se ubican en el terreno de juego, no ha dejado de crecer. 

La respuesta más significativa se produjo el día después del anuncio, en Inglaterra, encabezada por los aficionados de los seis equipos ingleses que iban a integrar la nueva competición. Por la mañana ya era tendencia en Twitter el hashtag #SuperLeagueOut, a través del que se pedía a estos clubes su salida del proyecto. Algunos aficionados del Chelsea fueron más allá y rodearon su estadio, Stanford Bridge, previo a un partido de Premier League ante el Brighton, lo que retrasó su comienzo quince minutos. 

A los aficionados se sumaron los futbolistas, como el excelente centrocampista belga del Manchester City, Kevin De Bruyne, que publicó un texto en Twitter relatando el camino que, guiado por sus ganas de competir y su sueño de llegar a lo más alto del mundo del fútbol, le ha llevado a donde está, o Jordan Henderson, capitán del Liverpool, que, en representación de sus compañeros de equipo, emitía un comunicado posicionándose en contra de la Superliga. 

Tweet publicado por Kevin de Bruyne como reacción al anuncio de la creación de la Superliga 

Este movimiento, sumado a la oposición de organismos, públicos y privados, y gobiernos, dejaba solos a los codiciosos dirigentes, que ya veían cómo los inmensos agujeros en las arcas de sus clubes, producidos en parte por la pandemia, pero también por su nefasta gestión, estaban a punto de ser tapados por un préstamo de tres mil seiscientos millones de euros a repartir entre todos. El banco norteamericano JP Morgan, quien iba a financiar el proyecto, ya ha admitido que su decisión fue un error, y que “juzgó mal” la repercusión que iba a tener el nuevo torneo. 

Retirada 

Arrinconados, solos y empujados por la presión de sus masas sociales, los clubes que iban a integrar la Superliga comenzaban a abandonar el barco, dando lugar a un espantoso efecto dominó, cayendo uno tras otro, y propiciando la caída del siguiente, empezando por los seis equipos ingleses, entre los que destacaban el Arsenal y el Liverpool, que, mediante un escueto comunicado, el primero, y un vídeo protagonizado por su propietario, el segundo, pedían disculpas a sus fans. A los ingleses les siguieron los italianos y el Atlético, hasta que al medio día del del veintiuno de abril ya solo quedaban Barça y Madrid dentro del proyecto.  

No obstante, la desbandada de los equipos ingleses no ha salvado a sus dueños de la ira de los fans, que les han exigido la venta de los clubes, sobre todo en el caso de Arsenal o Manchester United, cuyos gestores llevan varios años en el punto de mira. Sin embargo, la potencia económica de estos clubes tornados en megaempresas, que no han dejado de multiplicar su valor en los últimos años, hace muy difícil una compra solo alcance de las más boyantes fortunas. 

Pese a que todo parece indicar que la derrota del ambicioso proyecto es más que evidente, Florentino Pérez sigue sin rendirse, y declaró en una entrevista en El Larguero que los clubes que habían anunciado su abandono de la Superliga aún no lo habían hecho, pues ninguno había pagado la penalización correspondiente. Por esto, aseguraba que el proyecto está en “stand by”, y ponía en duda el acto en contra de la polémica competición llevado a cabo por los aficionados del Chelsea: “Los aficionados del Chelsea que se manifestaron eran 40 y si quiere le digo quién los mandó ahí". 

Problemas sin solución  

Una vez comprobado que el órdago lanzado por los doce clubes, y complementado por una desastrosa e insuficiente labor comunicativa y promocional, con una web vacía, un logotipo improvisado, y unas cuantas legiones de bots en Twitter; procedentes de Estados Unidos, había fracasado, parecía que el mundo del fútbol había ganado, pero nada más lejos de la realidad. 

El nuevo panorama, fruto de la dolorosa y fugaz derrota del proyecto de la Superliga Europea, deja a los clubes fundadores en una difícil posición, con la necesidad, seguramente, de acatar las decisiones que se tomen en el seno de la UEFA en lo que se refiere al futuro de la Champions League. Sin embargo, el formato presentado en paralelo a la nueva competición no deja de ser bastante similar a esta, con unas condiciones más que favorables para los grandes clubes, que no encontrarán ningún tipo de oposición para seguir aumentando la brecha entre ellos y los equipos que les siguen.  

Tampoco soluciona otros problemas insostenibles, como la ausencia de control real que supone el Fair Play Financiero, dando vía libre a multimillonarios jeques y magnates, cuyo amor por este deporte se reduce a su capacidad de generar ingresos, lavar la imagen de su Estado o aumentar su reputación internacional, para convertirse en auténticos caudillos de sus clubes, a los que manejan al margen de los intereses de estos y de las comunidades en la que se insertan. 

Y todo esto no hace más que tapar el verdadero problema al que se enfrenta el fútbol, crear un producto atractivo para las nuevas generaciones. Por un lado, las nuevas alternativas de ocio, que ofrecen estímulos cada vez más constantes, crecen en número. Mientras, el fútbol ofrece su cara más amarga, con partidos soporíferos, sin riesgo, regates, ocasiones y emoción, un producto emitido en cerrado a precios cada vez menos accesibles para las rentas bajas, y con un deporte marginado, prohibido en plazas, parques y patios de recreo