jueves. 18.04.2024

Leemos libros de historia e incluso novelas históricas, pero no nos detenemos a pensar sobre el trabajo que hay detrás. Esa cantidad de información debe proceder de algún sitio. Eso normalmente lo vemos en la lista de fuentes bibliográficas, fuentes documentales, pero ¿Cómo se recopila todo esto? ¿Cómo es el trabajo de un historiador? Descubrimos que es mucho más apasionante de lo que, en general, se cree, porque en realidad es un trabajo muy parecido al de un detective, pero aplicando la investigación a hechos del pasado y a personajes que ya no existen.

Charlamos con Genoveva Enríquez, historiadora americanista, es decir, especializada en los siglos de la América colonial. En primer lugar, nos confiesa algo que nos sorprende: ella no tenía una vocación definida, por lo menos no como alguien que tiene muy claro que quiere ser médico o arquitecto. Recuerda que de pequeña era una apasionada de la lectura y devoraba cualquier libro que cayera en sus manos. Los propios de su edad, pero también los que había en la biblioteca de su casa. Todo le interesaba. Tenía una curiosidad, esta sí apasionada, por las historias del pasado y por cómo vivía la gente en otras épocas y en otras culturas. Así, finalmente, sus dos pasiones fueron la historia y los viajes. Descubrió que eso le servía para relativizar su mundo y tener un contexto más amplio donde ubicarse ella misma. De esta manera llegó a la Facultad de Geografía e Historia, a principios de los años ochenta. Descubrió entonces que no tendría vida suficiente para aprenderlo todo, pero en cambio tuvo unos profesores que le enseñaron a hacerse preguntas y a tener una nueva visión para aplicarla a los hechos históricos, como por ejemplo la Historia de las Mentalidades o la Antropología. Recuerda especialmente la pasión que le transmitía el profesor Vallespí en las clases de Prehistoria, y en sus paseos por el campo siempre encorvado buscando algún resto arqueológico interesante. O la visión casi psicológica que daba el profesor Álvarez Santaló en sus clases de Historia Moderna, y especialmente sus clases magistrales sobre la Revolución Francesa. 

Genoveva Enríquez en su viaje a Oaxaca, México

Genoveva Enríquez en su viaje a Oaxaca, México

Se decantó por la Historia de América, una especialidad que en Sevilla tenía prestigio por razones obvias, pero en principio fue casi por una cuestión sentimental, ya que nació en Venezuela. Pero también porque en esa especialidad se reunían todos los aspectos que le interesaban: poblaciones indígenas muy diferentes, un proceso de descubrimiento, conquista y colonización, estudios de antropología, literatura, arte, etc. Era como un compendio de la carrera, pero circunscrito a un espacio geográfico concreto.

Por entonces, Genoveva ni siquiera pensaba en la investigación, pero otro profesor le descubrió cómo canalizar su curiosidad. “En 4º de carrera tenía un profesor, don Francisco Morales Padrón, que hizo algo que me cambiaría la vida. Me puso en la mesa dos fotocopias de documentos en las que dos testigos distintos narraban el primer encuentro de los españoles con el inca Atahualpa en Perú. En sí misma, era una escena tan cinematográfica que yo me sentí también como un testigo. Pregunté al profesor qué quería que hiciera con esos documentos, y solo me contestó “tú verás”. Claramente, estaba provocándome y evaluando mi capacidad para analizar. Entonces lo que hice fue compararlos palabra por palabra, detalle a detalle, ver en qué coincidían, en qué se diferenciaban, contrastarlos y componer entre ambos testimonios la escena más completa. Ese día, la investigación me atrapó y ya no he dejado de hacer otra cosa”.

Aquí está la clave: investigación. Los libros de Historia no se escriben solos ni el historiador tiene ciencia infusa. Tiene que acudir a las fuentes originales o servirse de publicaciones de otros historiadores como complemento. El siguiente paso para Genoveva fue hacer la tesina, un trabajo de investigación para conseguir el grado de licenciado. Nunca había pisado un archivo histórico hasta entonces, pero obviamente en Sevilla tenemos el Archivo de Indias, fundamental para el estudio de la Historia de América. En cualquier país este Archivo sería la joya de la corona, pero en Sevilla muy pocos lo conocen, ni siquiera como visita turística.

Archivo General de Indias - Nuno Lopes

Archivo General de Indias - Nuno Lopes

En el Departamento de Antropología Americana le dieron como tema de investigación estudiar la población indígena de Guatemala en el siglo XVII. Entonces, ni siquiera sabía Paleografía, tuvo que aprender ella misma a descifrar los documentos. “La caligrafía del siglo XVII es bastante complicada cuando encuentras la llamada “letra procesal encadenada”. Pero mi fascinación era tanta que aprendí a descifrar los documentos. Entonces tuve que aplicar toda clase de disciplinas: demografía, economía, cuestiones sanitarias para epidemias y plagas, religión indígena, historia prehispánica para la organización de las comunidades, organización política del Imperio español, etc.”.  

mi fascinación era tanta que aprendí a descifrar los documentos

Documento del Archivo de Protocolos de Cádiz _ Genoveva Enríquez

Documento del Archivo de Protocolos de Cádiz / Genoveva Enríquez

Fue también el momento en que se enamoró completamente del trabajo en los archivos. “Cada día era como ir al cine sin saber qué película me iban a poner, abrir un legajo era como abrir una caja de sorpresas, y yo siempre estaba dispuesta a sorprenderme”. Era como acumular piezas de un puzle que al cabo del tiempo tomaban forma. El resultado fue un trabajo de trescientos folios.

¿Pero por dónde empieza un investigador a la hora de enfrentarse al tema que haya elegido? Para investigar en un archivo, nos cuenta, hay que saber primero cómo está organizado ese archivo y cómo era la organización política y burocrática del periodo que pretendemos investigar. Unos conocimientos previos que hay que aplicar a cualquier estudio y a cualquier archivo. Con lo cual, también tienes que saber algo de archivística. Cada archivo, ya sea público o privado, es un mundo completamente diferente. Primero, tienes que saber cómo está organizado para saber cómo y qué buscar en él.

Nos parece que la imagen de ratón de biblioteca se ajusta mucho a esto que nos cuenta. Sin embargo, a ella no parece gustarle. Cree que las virtudes de un investigador son, ante todo, la curiosidad y la paciencia, pero también la disciplina. Puedes pasar horas, días e incluso meses buscando un dato. Debes anotar todo lo que creas que puede ser de interés, no solo en ese momento, sino a futuro en tu investigación, porque la información se va acumulando.

las virtudes de un investigador son, ante todo, la curiosidad y la paciencia, pero también la disciplina

Genoveva nos desgrana su día a día en un archivo. Durante el proceso, nos cuenta, descubres cosas que ni imaginabas y que incluso pueden contradecir tu idea previa. Hay que asumirlo y cambiar esa idea. También tienes que saber leer entre líneas. No es lo mismo leer un documento oficial con un claro interés político, que una carta privada en la que se habla sin restricciones. Todas las fuentes son útiles. Por ejemplo, “yo he pasado tres meses leyendo facturas y recibos de 1699 buscando quién esculpió la popa de un galeón que fue un magnífico trabajo de escultura en su época. No lo encontré. Pero en el proceso aprendí muchísimo sobre arquitectura naval y toda la economía que rodeaba a la construcción de un galeón. Lo fascinante de mi trabajo es que nunca dejas de aprender”.

Genoveva Enríquez, historiadora

La historiadora Genoveva Enríquez. Imagen cedida por la entrevistada. 

Este trabajo que nos parece tan similar al que podría hacerse en el siglo XIX, ha cambiado por completo con las nuevas tecnologías. Ella ha vivido ese cambio y nos lo describe como, efectivamente, pasar de moverse con un coche de caballos a subirse a un avión. “Yo hice mi tesina con una máquina de escribir Olivetti. Ahora tengo un ordenador con el que me puedo conectar a Internet a fondos digitalizados de archivos y bibliotecas de todo el mundo. Eso incluye todos los trabajos que se publican. No solo libros, sino artículos y actas de congresos. Antes tenía que saber lo que buscaba y trasladarme físicamente al sitio donde estaban esos fondos, ya fueran archivos o bibliotecas, ya fuera en mi ciudad, en mi país o incluso en otro continente. Ahora, me siento ante el ordenador, tecleo palabras clave que me interesan y tengo cientos de referencias, algunas incluso digitalizadas y puedo acceder a muchas de ellas inmediatamente. Me ha cambiado la vida”.

Hice mi tesina con una máquina de escribir Olivetti. Ahora tengo un ordenador con el que me puedo conectar a Internet a fondos digitalizados de archivos y bibliotecas de todo el mundo. Me ha cambiado la vida

Pero reconoce que también es angustioso, porque nunca se pone punto final a una investigación. Siempre hay cosas nuevas. Además, supone encontrar cosas que ni imaginaba, como por ejemplo le ha ocurrido con su tesis doctoral. “No tenía ningún archivo privado del protagonista de mi tesis, no existía, pero cuando ya estaba redactando la tesis encontré fondos digitalizados de una universidad de Wisconsin y una publicación de 1930 con cartas privadas del hermano de mi protagonista intercambiadas con toda su familia. Me dio una información que me obligó a cambiar por completo un capítulo. Eso jamás lo habría conseguido hace veinte años, ni siquiera diez”.

Ahora, precisamente, el problema es la cantidad de información disponible y que, en algún momento, tienes que decidir parar. Eso para un historiador es una decisión muy difícil de tomar, porque siempre crees que te estás perdiendo algo importante. Cuando empiezas a tirar de un hilo es un trabajo de detective, pero en el caso de la Historia las fuentes pueden ser inabarcables.

Cuando empiezas a tirar de un hilo es un trabajo de detective, pero en el caso de la Historia las fuentes pueden ser inabarcables

Nos dice entre risas: “Cuando me preguntan a qué me dedico, yo respondo que trabajo con muertitos, y entonces me preguntan con mucho asombro si soy forense. Les digo que no, que soy historiadora. Creo que a muchas personas les puede parecer algo igualmente extraño”.

Sin embargo, Genoveva está convencida de que toda su experiencia en un mundo pretecnológico, en cuanto a la investigación, ha sido fundamental para saber manejar correctamente estas nuevas tecnologías. Saber distinguir las fuentes fiables, no limitarse a los primeros resultados que aparecen en la primera pantalla de un ordenador, y sobre todo la necesidad, más que nunca, de contrastar todas las fuentes. Ahora cualquiera escribe de Historia y publica sin la menor consistencia en la información que da.

A estas alturas de nuestra charla, lo que nos parecía un trabajo aburrido ahora nos resulta fascinante y no resistimos la tentación de preguntar qué historias le han llamado más la atención después de más de treinta años investigando. “Tengo cientos de historias, pero si repaso mi memoria casi todas están relacionadas con la mentalidad y la resistencia de los que vivieron siglos atrás. La distinta concepción del tiempo y el espacio que no tiene nada que ver con la nuestra, y que es esencial tenerlo en cuenta cuando analizas hechos de esas épocas. Sobre todo, en el caso de la historia de América, donde el simple hecho de viajar a ese continente suponía arriesgar la vida en un trayecto por mar que podía durar meses, expuestos a ataques de piratas, de enemigos en general, enfermedades, hambre, sed, huracanes y naufragios. Cuando entonces alguien se despedía de su familia para emigrar a América, lo hacía siendo muy consciente de que en un 90% de probabilidades no les volvería a ver jamás. Y que también muy probablemente no llegaría vivo a su destino. Viajar a América entonces era como ir ahora a la Luna, pero con menos control y seguridad. La mayoría de los que viajaban ni siquiera habían visto el mar en toda su vida, y el río más grande que conocían era el Guadalquivir”.

Viajar a América entonces era como ir ahora a la Luna

Le fascinan personajes como Francisco de Orellana, un extremeño que acabó siendo el explorador del río Amazonas, o Pedro Sarmiento de Gamboa, que es su predilecto entre todos por su carácter decidido casi suicida y todos los contratiempos que tuvo que superar. Entre otras cosas, pobló el Estrecho de Magallanes, descubrió las Islas Salomón y casi llegó a Australia. A Genoveva se le ilumina la mirada cuando nos habla de este personaje cuya vida es de una épica que daría para varias series de televisión. Se siente privilegiada pudiendo leer esas vidas directamente en los documentos de la época, muchas veces firmados por los propios protagonistas.

¿No resulta difícil entender la mentalidad de unos tiempos tan diferentes? Genoveva admite que es realmente difícil y por eso siempre hay que investigar con una mente muy abierta. Hay cosas ahora nos indignarían, como por ejemplo que niños de siete años fueran contratados como pajes en los barcos. Los niños entonces trabajaban, aprendían un oficio y este era uno de ellos. Si tenían suerte y no morían por cualquiera de las causas anteriormente expuestas, podían llegar a convertirse en maestres y capitanes y tener una profesión bastante lucrativa y de prestigio. Pero hoy esto lo vemos como una barbaridad. Esa es la diferencia, nos explica, entre las mentalidades de un siglo y otro, y que no debemos prejuzgar.

En resumen, le apasiona todo lo relacionado con los viajes ya sea por mar o por tierra, en un medio desconocido e inhóspito. Incluso para un simple lector, es como abrir una magnífica novela o ir al cine. Pero aclara que la realidad siempre supera a la ficción. Admite que ha encontrado historias que, cuando las cuenta, nadie la cree porque parecen imposibles, y se lamenta de que en España no seamos capaces de hacer películas simplemente narrando hechos reales, sin añadir juicios de valor propios del siglo XXI que no vienen al caso.

Nuestra curiosidad aumenta a lo largo de la conversación. ¿La gente era consciente en esos tiempos de todo ese proceso de descubrimiento? Su respuesta nos parece una evidencia, pero nunca nos paramos a pensar en ello. “Por entonces no existía la televisión, la radio, la cámara de fotos, el WhatsApp… La única manera de comunicar era escribir, dibujar y la comunicación oral. Sevilla por entonces era como una especie de gran Expo 92 permanente. Cada vez que salían las flotas una vez al año todas las esperanzas iban en ellas y cuando regresaban venían cargadas de historias maravillosas, animales exóticos, productos desconocidos y mucha riqueza. Hay que imaginar qué historias se contarían en las tabernas de la ciudad”.

Hay que imaginar qué historias se contarían en las tabernas de la ciudad cuando regresaban a Sevilla las flotas de América

Nos pone como ejemplo cómo habría sido un telediario en la época si hubiera existido la televisión en tiempos de Felipe II. Qué cantidad de noticias asombrosas podrían contarse cada día. Si comparamos con la actualidad, nuestra vida ahora nos parece de lo más anodina y aburrida, incluso en estos tiempos de pandemia. Por entonces, se sufrían pestes recurrentes que podían llegar a eliminar a la tercera parte de la población de esta ciudad, con los cadáveres tirados por las calles, en un espectáculo realmente dantesco.

En aquella época todo era más lento y costaba mucho más trabajo que ahora. Y de nuevo, Genoveva nos da un ejemplo clarificador: Cervantes escribió El Quijote y todas sus obras con una pluma, un tintero y a la luz de una vela, pensando muy bien lo que quería decir antes de escribirlo porque el papel era caro. Si comparamos con la manera en que hoy podemos redactar cualquier cosa, corregirla, editarla, guardarla… el proceso mental es completamente diferente. Genoveva ha llegado a la conclusión de que, entonces, había que pensar mucho previamente antes de escribir y ahora vomitamos cualquier cosa en la pantalla de un ordenador sin la menor reflexión. 

En aquella época todo era más lento y costaba mucho más trabajo. Ahora vomitamos cualquier cosa en la pantalla de un ordenador sin la menor reflexión

Curiosamente, la burocracia, algo que no soporta nuestra entrevistada, es precisamente lo que generaba en otras épocas toda la documentación que hoy puede investigar. Siempre se sorprende del grado de minuciosidad con que se anotaba hasta el más mínimo detalle. Pero esto le lleva a plantearse una cuestión que también a nosotros nos hace reflexionar. Le preocupa que los registros actuales en soporte informático puede que no se conserven dentro de un siglo, y no habrá manera de estudiar nuestra Historia. Antes, la gente escribía cartas para comunicarse, diarios, todo estaba en papel y tenían bibliotecas. Hoy, todo se hace por Internet, se leen libros en tablets, y ya no existen colecciones de cartas y archivos privados para estudiar nuestra época. Será imposible analizar la personalidad de alguien importante si lo único que tenemos para estudiarle son sus publicaciones en redes sociales. Es imposible abarcar eso para toda una vida y además seguramente esa información desaparecerá también con el tiempo.

Será imposible analizar la personalidad de alguien importante si lo único que tenemos para estudiarle son sus publicaciones en redes sociales

Le preguntamos por los debates y discusiones que hay sobre algunos hechos históricos en la actualidad. Se lamenta de que la Historia en sí misma está sufriendo un proceso de tremenda manipulación. “Los historiadores sufrimos muchísimo cuando vemos cómo se utiliza como arma arrojadiza por intereses políticos, y no solo se manipula, también se inventa a gusto de cada cual. Es realmente terrorismo cultural e informativo. La mayoría de las veces es tan burdo que ni se sostiene, pero mucha gente prefiere oír lo que quiere oír, que le digan lo que quiere oír y no la verdad. Es lo que se ha dado en llamar la “posverdad”.

“Los historiadores sufrimos muchísimo cuando vemos cómo se utiliza como arma arrojadiza por intereses políticos, y no solo se manipula, también se inventa a gusto de cada cual. Es realmente terrorismo cultural e informativo

Aunque se rebela, se resigna. Cree que no hay más remedio que seguir investigando, trabajando y comunicando, con la esperanza de que se recupere la sensatez. Pero reivindica que, si alguien lleva treinta años investigando en las fuentes, su opinión cuente y no se acepte la de un novelista o un charlatán solo porque lo que cuenta es más morboso, o coincide con un interés político. Es lo que ella llama “el efecto Dan Brown”, el autor de El Código Da Vinci y otras novelas de ese estilo, que son muy entretenidas, pero son eso, novelas, ficción.

En su vida diaria, ella experimenta una deformación profesional. Al analizar la actualidad, aplica esas virtudes del historiador-investigador que mencionaba al principio. La capacidad de buscar todas las piezas, organizarlas, ordenarlas, ver la cronología, y conformar el puzle, cosa que no se suele hacer en los medios de comunicación porque las noticias ya no lo son al día siguiente, y se olvidan. Lamenta que estemos inmersos en un mundo del “todo ahora” y de la manipulación mediática que suprime casi por completo la capacidad de analizar de manera pausada todo lo que ocurre, porque mañana ya no es noticia.

Observa los hechos actuales aplicando una visión de conjunto más amplia. El resultado es que su análisis puede acabar siendo muy diferente al que tiene la mayoría de la gente e incluso puede aplicar patrones que ha visto repetidos una y otra vez y anticipar lo que, posiblemente, pueda suceder en el futuro. Porque el ser humano a lo largo de la historia siempre se ha movido por las mismas pulsiones: ambición, aventura, odios, rencores, y agravios comparativos.