martes. 05.11.2024

Lucía Ruiz

Juan Vicente Guzmán “El Esquila” no necesitó de ninguna cuarentena para hacer del arte de la observación el mejor de sus entretenimientos. Para él ya lo era antes, cuando se ponía a escribir bajo la luz del ventanal, con su caligrafía doble y su bolígrafo BIC gastado. La mesa camilla con su inseparable estufa debajo le resguardaba de un frío que bien podía emanar de la inmensidad de la casa. Escribía con concentración, como quien está a un trazo de finiquitar su obra de arte más preciada, esa que ha conllevado años de esfuerzo. Entre línea y línea descansaba, contemplando desde la ventana a los transeúntes que aprovechaban la salida del trabajo para comprar la cena en Mercadona, pieza principal del paisaje que el otro lado de la cristalera le ofrecía. Escudriñaba el panorama con interés, atento a que ninguno de esos peatones fuera uno de sus nietos; de ser así, un resorte parecía levantarlo de la comodidad de la silla y, ajeno a su cadera vacilante y su andar asimétrico, conducirlo apresuradamente hacia el portón de madera, desde el que gritaba sin pudor alguno el nombre del familiar que creía haber vislumbrado a lo lejos.

El Esquila

Juan Vicente Guzmán “El Esquila”

Pero eso fue antes de que un ictus se llevase su visión y su capacidad de raciocinio. Ahora no puede contemplar la quietud de una calle que espera paciente a que lleguen las 8 de la tarde, momento en el que el planeta entero parece calzarse sus zapatillas para arrojarse de lleno a la vida. Me pregunto qué pensaría si ahora despertase de su letargo y mirase a través del cristal. Si correría estupefacto a documentarlo en su papel a rayas o si preferiría mantenerse en su mundo, aquel en el que aún espera con ilusión divisar entre el tumulto una cara conocida que le salude desde el otro lado de la calle.

Mandamientos

Los mandamientos de la carretera