Lo cito un día antes, con las prisas atropelladas de esa rutina que solíamos vivir. Pero ni siquiera ese margen minúsculo de maniobra que le concedo puede luchar contra la bondad que le caracteriza. Acepta mi petición sin pensarlo demasiado. Entonces siento que este encuentro estaba predestinado desde mucho antes de suceder.
Cuando al fin nos vemos las caras a través de la pantalla del portátil, cruzamos miradas e intercambiamos sonrisas. Hay gestos de verdad que ni la distancia puede disimular.
Fotografía y redes sociales
Nació en Córdoba y tiene veinte años, pero Álvaro Martínez confiesa sentir pasión por la fotografía desde siempre, cuando comienza a buscar sus propias referencias y a manejar la Réflex de su tío. Más adelante sus padres le regalarían una cámara pequeña, “finita y muy mala”, a la que le seguiría otra mucho mejor. Estos inicios los narra de seguido, casi sin respirar, y alzando la mirada al techo de su habitación de vez en cuando, como si estuviera recordando las hazañas de un pasado glorioso. En efecto lo fue. Me cuenta que decidió ofrecer sesiones de fotos a jóvenes cordobeses para darse a conocer: “La gente quería fotografías de postureo y yo les ofrecía ese servicio”.
“La gente quería fotografías de postureo y yo les ofrecía ese servicio”
Reconoce que su primer contacto con la plataforma social Instagram está lejos de ser reseñable: “Me abrí la cuenta como quien se abre un perfil en cualquier otra red social”. Por sus palabras intuyo que jamás predijo tanto éxito en esta red ni que la gente terminase conociéndolo como “Alvvvvvvvvvvvvvv”, su actual nombre de usuario. Ríe jocoso al desgranar esta historia: “Me hubiese gustado ser @alvaro, pero ese user ya estaba cogido”. Los caprichos de la vida parecieron llevarle a multiplicar la “v” por catorce, condenándolo a ser apelado en su ciudad como “Alf”, un sobrenombre que tampoco le disgusta. De hecho, relata que este apodo se ha convertido en su marca personal, una bandera de la que parece no querer desprenderse.
Así, utilizando las redes sociales como medio de difusión, Álvaro Martínez carga a sus espaldas con más de cincuenta eventos fotografiados, entre bodas, comuniones y proyectos de pequeñas y medianas empresas: “Las marcas se ponen en contacto conmigo para colaborar”. Sin embargo, su semblante enrojecido y un viraje en el tono de su voz delatan que está a punto de revelarme una realidad no tan amable: “Me da vergüenza contar esto, pero mi cuenta está ahora un poco abandonada”. Lo justifica declarándose una persona muy perfeccionista: “Si hago algo, lo tengo que hacer bien”, y añade que el grado que estudia no le deja demasiado tiempo para hacer el tipo de fotos que a él le gustaría hacer.
“Si hago algo, lo tengo que hacer bien”
Cine y cultura
Es su penúltimo año estudiando el grado de “Cine y cultura” en la Facultad de Filosofía y Letras de Córdoba. Cuando le pregunto por los entresijos de esa decisión, su contestación me deja perpleja: “En ese momento de mi vida solo quería sentirme bien estudiando algo que me llamara verdaderamente la atención, pero mi segunda opción era Derecho y A.D.E”. No oculto mi fascinación por la pasmosa heterogeneidad de sus alternativas, lo que me lleva a emitir una interjección a la que Álvaro también responde con gesto de sorpresa.
No solo le gusta su carrera, sino que confiesa ser adicto a ella: “A día de hoy, no puedo vivir sin el cine”. A continuación, se acerca a la webcam para susurrarme: “He descubierto que lo que se hace hoy es una caca”. Me río y asiento con la cabeza. Percibo que una fuerza interior siempre lo invita a la moderación: “No es que el cine de antes sea bueno y el de hoy, malo. Los que cambian son los espectadores”. Busca mi aprobación y esta vez mi cuello sufre por el fuerte balanceo hacia atrás y hacia adelante que ejecuto.
“No es que el cine de antes sea bueno y el de hoy, malo. Los que cambian son los espectadores”
Augura un futuro complejo para el cine y las artes. Afirma que, durante el confinamiento, se ha producido una explotación de ambas áreas: “Cuando salgamos, la gente ya estará harta de tanta cultura: conocerá sus cuadros favoritos porque en la página web del Museo del Prado se los habrán explicado”. Con todo, insiste en la pasión de una minoría por el arte, lo que compensa su pesimismo: “El futuro asusta, pero no es desalentador”.
“El futuro asusta, pero no es desalentador”
Debate y música
Su alma polifacética lo llevó en 2017 a adentrarse en una nueva aventura: el debate. Desde entonces ha participado en casi una veintena de torneos nacionales y ha sido juez en alguno de ellos, algo que me hace saber con rotunda devoción: “Yo este año he vivido una de las mejores experiencias de mi vida”. No obstante, en este punto se me antoja pedirle otro pronóstico sobre el mundo del debate. Hago una pausa y él sonríe. Creo que me ha pillado. Pero su respuesta se torna inspiradora: “Creo que el debate seguirá existiendo. De hecho, seguimos debatiendo por videoconferencia. Solo es cuestión de reinventarse. Al final, el espíritu del debatiente está ahí, así que cuando volvamos a la normalidad, se organizarán nuevos torneos”.
¿Qué es para ti la normalidad o “nueva normalidad”?
“La normalidad era la rutina. En mi caso, salir a hacer cosas y quedar con gente sin miedo. La “nueva normalidad” no es normal, o no lo será hasta que no desaparezca de los telediarios el tema coronavirus”.
Miro el reloj. Es hora de abordar el último bloque temático. Y lo hago sin piedad, como cuando despegas la tirita adherida a tu piel de manera brusca y rápida. Se me ocurre mitigar el dolor con una afirmación todavía más dolorosa.
Hay gente que manifiesta abiertamente su aversión a la música. ¿Qué opinas de esto?
“Pues que no saben lo que se pierden”. Los dos reímos a carcajadas. Y cuando conseguimos recuperarnos, prosigue: “Lo bueno de la música es que la escriben personas que han pasado por lo mismo que tú”. Por eso confiesa sentir pena por los incapaces de disfrutar de un concierto. Y se aventura a compararlo con el fútbol: “Creo que la música es más internacional porque trata del amor y otros sentimientos. Es más fácil sentirse identificado”. Termina relatando lo místico y sensorial de la música: “Considero tan placentero el hecho de encontrar una letra que justo hable de ti... (zarandea su torso cubierto por una camisa y jersey azules, como si pudiese recordar la sensación que describe). Me parece mágico”.
“Considero tan placentero el hecho de encontrar una letra que justo hable de ti... Me parece mágico”
Como con la fotografía, el cine y el debate, lo suyo por la música es pura pasión. Lo achaca a su núcleo familiar: “En mi casa siempre se ha escuchado mucha música”. Sugiere también que los jaleos de sus padres cuando era pequeño pueden haber influido en su carácter folclórico: “He crecido en ese sentir libre dentro de la música”. Precisamente por eso aceptó ser protagonista de un musical hace tres años: “Hubiera dicho que sí a cualquier proyecto, incluso formar una banda. Me gusta probar cosas nuevas, aunque luego salgan mal”. En cualquier caso, me deja claro algo: “No quiero que mi vida gire en torno al mundo del espectáculo. Me gusta mucho como hobby, eso sí”.
Paula Paín y Álvaro Martínez. Foto: Paula Paín
Llevamos más de cuarenta minutos hablando. Se me ocurre, pues, lanzarle al menos cinco o seis preguntas de las treinta que incluye el cuestionario de Proust. “A mí estas cosas me dan mucho miedo. Miedo de descubrir que no me conozco a mí mismo”.
¿Color preferido?
“Depende. Tonos oscuros para vestir y para las fotos, colores cálidos”.
Interesante. ¿Una heroína?
“Diría que mi madre, por haberme infundado sus valores y ser la matriarca de una casa con tres hombres”.
¡Qué bonito! ¿Y la cualidad que más aprecias en una persona?
“Que sea tolerante, abierta de mente, pero no en el sentido progresista. Me refiero a que no tema a cambiar de ideas”.
Tu principal defecto
“¿Acaso hay una jerarquía de defectos? En esa pregunta falla la palabra “principal”. Pero diría que la falta de asertividad. No sé decir que no”.
Un lema
“No tengo, pero mi director de cine favorito, Pedro Almodóvar, dijo ““Por suerte, la naturaleza me ha dotado de una curiosidad irracional hasta para las cosas más mínimas. Eso me salva. La curiosidad es lo único que me mantiene a flote. Todo lo demás me hunde. ¡Ah! Y la vocación. No sé si sería capaz de vivir sin ella”.
Para terminar. Un ideal de felicidad
“Uff (hace una pausa). Creo que vivir conociéndose a uno mismo. Pero no lejos de preocupaciones. Las preocupaciones nos mantienen los pies en la tierra. Hablo de concedernos tiempo a nosotros y poder morir sabiendo quiénes somos. Hay gente que no lo consigue”.
Y ahí lo entiendo todo. La nube de facetas incontables que nos ha acompañado durante toda la entrevista se despeja por fin ante mí para dejarme contemplar la verdad: Mi entrevistado es real. No es que haya tratado de demostrarme lo contrario en ningún momento, pero su madera de fotógrafo, cineasta, debatiente y, en ocasiones, actor, me hacen pensar que la persona que conozco desde hace más de seis años viene de otro planeta. En efecto, su bondad, disposición y buen carácter no son de este mundo. Son muchas las dotes positivas que se atoran en un cuerpo tan menudo.
Al menos ahora sabemos que detrás de “Alf” hay una persona que también siente miedo y aspira a vivir buscando su esencia. Yo creo que está cerca de encontrarla.