sábado. 20.04.2024

Tras varios aplazamientos por un problema de salud de uno de los integrantes de la banda y las incertezas que iban surgiendo por la evolución de los contagiados por la pandemia, el pasado jueves 6 de mayo el grupo cordobés Viva Belgrado al fin pudo arrancar la gira de presentación de su último álbum Bellavista, un disco lanzado a mediados del pasado año que venía a ofrecer una perspectiva pesimista y nada romantizada de la vida del músico - y sin saber la que se les venía en 2020 -. Bien temprano, a eso de las 18:30, comenzaron a llegar los primeros espectadores que se aglomeraron en pandillas en los exteriores del lugar. Abundaban los jóvenes de entre 20 y 30 años, de esos que tienen el pelo largo y visten camisetas negras de grupos de rock. Por esto, sorprendía ver que a la cita también acudían algunos señores mayores que vestían con camisas hawaianas y colores exóticos -quizá los confundieron con Viva Suecia-. Dado que las medidas de seguridad por el COVID proporcionaban un asiento numerado a los asistentes, la mayoría del público prolongó su entrada hasta el último momento, esto hizo que el concierto, cuyo inicio estaba programado a las 19:00, se retrasara unos diez minutos aproximadamente a consecuencia del gran flujo de personas que continuaban accediendo al interior del teatro. Incluso varios minutos después de que comenzara la función seguían apareciendo siluetas de personas recorriendo el pasillo central del patio de butacas buscando sus localidades, impregnando el aire con aroma del gel hidroalcohólico que el recinto ponía a disposición de los espectadores.

En un teatro con aforo reducido prácticamente lleno (unos 200 espectadores), había un contraste entre aquellos que se limitaban a contemplar el espectáculo con el silencio y solemnidad propias de una obra de teatro, y aquellos que lo vivían con el jolgorio de un concierto de la era pre-COVID: gritos, comentarios que cuestionaban la sobriedad de quienes provenían, conversaciones que interrumpían los silencios entre canción y canción… Eso sí, hay que aplaudir que en todo momento nadie se levantó de sus asientos. Los más susceptibles de ser poseídos por el ritmo se conformaron con agitar violentamente la cabeza, los brazos y los pies. Algunos, incluso trataron de recrear una suerte de pogos con las personas cercanas a sus butacas. De agradecer fue también la ausencia de luces provenientes de teléfonos móviles que tanta presencia suelen tener en los conciertos. Gracias a las restricciones del teatro que prohibían la grabación del espectáculo, aquellos que se disponían a ver el concierto a través de los pixeles de su pantalla eran rápidamente interrumpidos por el personal del reciento.

Por hablar del grupo -que ya va tocando-, desde que subieron al escenario ocuparon un área de la que no se desplazaron durante todo el concierto, únicamente Cándido, el vocalista, abandonó su perímetro en un par de ocasiones al dirigirse al público para animarlo a cantar las estrofas en algunas canciones. Además, apenas hubo interacción entre ellos durante la hora y media que estuvieron tocando, cualquier persona que no conociera a la banda se pensaría que ese día estaban peleados. A esto hay que sumarle otra peculiaridad que hizo aún más particular la composición de la escena, y es que Pedro Ruiz, el guitarrista, siempre toca de espaldas al público. Su bajista, Ángel Madueño, a la izquierda de las tablas, fue el que permaneció más retirado del resto de compañeros de la banda, por el contrario, Álvaro Mérida, baterista, ocupó la zona central de la formación.

Su sencilla escenografía, únicamente una azulada proyección del arcoíris que ocupa la portada del último disco, junto a algunos efectos de humo y de luces, le dejaban total protagonismo a la música, algo que hoy en día tampoco es demasiado habitual ver. Respecto al repertorio, intercalaron todas las piezas de su último álbum con una selección de canciones que abarcaron todas las etapas de su discografía, durante una hora y media en las que no hubo pausas, a excepción de unas tímidas palabras de agradecimiento dirigidas a los asistentes casi al final del concierto.

Sonaron todo tipo de melodías: más pausadas, más agresivas, algunas únicamente recitadas, otras cantadas a gutural, y algunas únicamente instrumentales. Pero sin duda, las más espectaculares fueron aquellas en las que Cándido abandonaba el micrófono y hacía llegar su voz a todos los rincones del teatro únicamente con su aparato fonador. Continuando con el sonido, este era muy elevado, en algunas ocasiones incluso resultaba molesto e impedía oír el canto del público, excepto en las canciones más consagradas de la banda, como Báltica o El gran danés, donde las voces de los fans se impusieron a los amplificadores. En contraste a esta devoción, por parte de los seguidores acérrimos, ya en la última parte del concierto, en algunos espectadores se notaba la fatiga que ocasionaban en ellos las melodías que se repetían en muchas de las canciones que sonaron en el tramo final, dando la sensación, a aquellos que no habitúan a escuchar la banda, de que el concierto había entrado en un bucle donde sonaba la misma canción una y otra vez. Esta particularidad es, sin embargo, una de las señas de identidad de la banda y un recurso compositivo valorado y defendido por sus más devotos seguidores.

Para cerrar la tarde sonó la última canción del disco, ¿Qué hay detrás de la ventana?, con una melodía y un estilo algo alejado del resto de canciones de la banda, y que contiene estrofas que en nuestro actual contexto suenan tan irónicas como: Que no nos falten las canciones, que no nos falten celebraciones, que no nos falten los conciertos”. Se notó que el vocalista no está acostumbrado a defender esta forma de cantar, y el directo no fue lo mejor del mundo. Sin embargo, aún les quedaba un as bajo la manga: Más triste que Shinji Ikari, su canción más popular en Spotify y con más visitas en YouTube, por lo que los murmullos de algunos espectadores adelantaron y dieron por hecho que esta sería la canción que le pondría el verdadero punto final al concierto.  

Efectivamente, se dispusieron los ingredientes propios para un encore, esos en los que el grupo hace la pantomima de que se va sin despedirse, pero vuelve a los dos minutos para tocar la última. Así fue: no se despidieron, se apagaron las luces, el público se animó a pedir otra y… El único encore que hubo fue el de la voz programa del teatro dando las gracias al auditorio por haber asistido a la función - podemos decir que el público no experimentó la canción, pero sí la tristeza de Shinji -. Este cierre le pasó factura a los espectadores, que experimentaron en primera persona el estado de ánimo del protagonista de Neon genesis evangelion, a quien hace referencia el título de la canción que nunca llegó a sonar. Sin embargo, en relación con el tiempo del que dispusieron para tocar, no se echó de menos ninguna otra obra de su discografía, por lo que en realidad sus seguidores quedaron más que satisfechos con la selección de temas que sonaron y con el buen estado de la banda a la hora de defenderlos en directo.

Tras el concierto, el grupo habilitó un puesto de merchandising en el hall del teatro donde los fans podían adquirir camisetas, vinilos y CDs. No faltaron las colas para sacarse fotos con el grupo, pedirles autógrafos o simplemente charlar con ellos.

Ocho años han pasado desde que su primer EP, El invierno, viera a la luz, y tras tres álbumes y una pandemia de por medio, pueden decir sin ningún reparo que se encuentran en su mejor momento, y aunque esta vuelta a los escenarios se haga bajo el nombre de Bellavista, más que un reconocimiento a su último disco es la celebración de toda su consolidada trayectoria musical hasta la fecha.