Tal y como hemos acordado, a las siete en punto de la tarde una webcam al otro lado de España se enciende y deja ver a una chica risueña y ligeramente nerviosa, no ha sido entrevistada en ninguna otra ocasión, al menos no de esta forma, pero la emoción en su rostro es evidente. “Vamos allá” dice sonriendo.
La voluntaria de Cruz Roja Sara Ávila y la redactora Elena García durante la videollamada
Al poco tiempo de iniciar el primer curso de Educación Infantil en la Universidad de Salamanca, las casualidades del destino llevaron a Sara hasta la página web del SAS, un servicio de asuntos sociales dirigido por la USAL. “Siempre había tenido ganas de enfrentar la realidad cara a cara, se podría decir que encontrar esta web fue el empujoncito que me hacía falta” manifiesta visiblemente convencida.
Los ojos de la salmantina se detuvieron en uno de los últimos nombres de una interminable lista repleta de opciones de voluntariado, “atención escolar a niños en situación de riesgo de exclusión social”. Todo le hacía pensar que aquella era la opción perfecta y, afortunadamente, aún quedaban un par de plazas libres en una de las sedes. Rebusca algo debajo de su escritorio y acerca a la cámara un papel con detalles rojos en el que se ve escrito con letra cursiva el nombre del lugar que le asignaron, la sede de Cruz Roja en el barrio Pizarrales.
Cuando pensó en Pizarrales por primera vez, la palabra pobreza vino inevitablemente a su mente y, por desgracia, esto no es solo una percepción personal de la entrevistada. Según datos del INE (Instituto Nacional de Estadística), Pizarrales es uno de los cuatro barrios con las rentas más bajas de Salamanca, con un elevado porcentaje de población perteneciente a minorías étnicas en alto riesgo de exclusión y familias que, en muchas ocasiones, viven por debajo del umbral de la pobreza.
La estudiante de magisterio comienza a hablar acerca de su experiencia e inquietudes durante el inicio del voluntariado. En un principio tenía planeado ceñirme a un guion orientativo que había preparado días antes, pero la fluidez y comodidad notable en sus respuestas me impulsa a tornar la dirección de la entrevista hacia una conversación más natural y casual, centrada en sus sensaciones e indagando en sus experiencias personales a lo largo de esos meses.
Sin poder evitar que se le escape alguna que otra risa, Sara explica cómo fueron los primeros días, a los que califica sin duda alguna como los más caóticos. “Cuando llegué a la sede por primera vez estaba hecha un manojo de nervios. Todavía recuerdo girar la esquina de la calle y ver cómo el símbolo de una cruz roja destacaba en medio de una pared blanca, tuve mil sensaciones distintas a la vez”. Afirma que nunca había trabajado con niños y no tenía ni idea de lo que se iba a encontrar allí. Recuerda que el proceso de adaptación a los niños fue lento y progresivo, y que de vez en cuando necesitaba la ayuda de una monitora para llevar a cabo las actividades del voluntariado. “Tengo que admitir que en más de una ocasión tuve miedo de no estar a la altura” añade.
nunca había trabajado con niños y no tenía ni idea de lo que se iba a encontrar
Afortunadamente ese miedo fue perdiendo el sentido poco a poco, con el paso de los días el sentimiento de ser un pez fuera del agua se transformó en una sensación de confianza y familiaridad hacia todos los integrantes de aquel lugar en el que pasaba todas las tardes de los martes y jueves. En su caso trabajaba con el grupo de niños medianos, generalmente entre los cursos de tercero y sexto de Primaria, aunque con alguna que otra excepción, pero también vez tuvo la oportunidad de trabajar con los niños más mayores y con el grupo de los pequeños, por los que confiesa que tiene especial debilidad. “Al final te dabas cuenta de que aparte del refuerzo escolar siempre había lugar para los ratos de diversión” dice mientras recuerda las salidas al parque San Juan Bosco, ubicado a escasos metros del edificio de Cruz Roja.
Esos ratos de diversión solían surgir gracias a los juegos organizados por las voluntarias, que buscaban una manera agradable de fortalecer el vínculo entre los niños, centrándose en fomentar los valores del respeto, la igualdad de género y racial y la tolerancia a lo diferente ya que, como indica la joven entrevistada “no todo fue un camino de rosas”. Tanto la conversación como su expresión adquieren un tono más serio cuando comienza a hablar sobre los conflictos, que eran especialmente frecuentes entre niños de etnia gitana y árabes, y se agravaban por comentarios que parecía poco probable que surgieran de la imaginación de un niño. “Daba la impresión de que reproducían al pie de la letra lo que escuchaban en casa, a veces se volvía muy impactante. Escuché cosas que nunca me habría podido imaginar saliendo de la boca de un niño de apenas siete años” lamenta.
A pesar de estos obstáculos, Sara apunta que al fin y al cabo no dejan de ser niños y que, en la gran mayoría de casos, conseguían llegar a establecer una relación de convivencia agradable apoyándose en el diálogo y la comprensión. Gracias a esto, la relación del grupo cada vez era más fuerte al igual que el cariño que sentía cada una de las cinco monitoras que compartían ese turno.
Varios meses después, justo en el punto en el que se sentía completamente asentada, el nombre de un nuevo virus a las puertas de Europa empezó a escucharse cada vez con más fuerza por todas partes. Lo que había comenzado por considerarse “una simple gripe fuerte” terminó convirtiéndose en una pandemia mundial que dio un vuelco a nuestras vidas a la vez que transformó las casas en nuestro único refugio posible y, por supuesto, los niños de Pizarrales no fueron una excepción en esta situación tan insólita.
Con el virus hubo que adaptar todo el sistema de voluntariado al ámbito digital. Muchos niños no disponían de internet, dispositivos tecnológicos o incluso un espacio donde poder conectarse a solas, la impotencia que sentíamos a veces nos desbordaba
Sin tener apenas margen de reacción posible, hubo que adaptar todo el sistema de voluntariado al ámbito digital, un proceso que Sara califica como extremadamente difícil y duro, ya que había que tener en cuenta que trabajaban con niños que ya de por sí partían de situaciones económicas difíciles. Fue justo ahí cuando pudo ver con claridad qué era la brecha digital. “El principio fue un auténtico caos, pasamos de grupos de veinte niños a reunirnos con cuatro, con suerte seis, pero no más de eso. No podíamos olvidar que estábamos trabajando con niños en riesgo de exclusión social y muchos de ellos no disponían de internet, dispositivos tecnológicos o incluso un espacio donde poder conectarse a solas, la impotencia que sentíamos a veces nos desbordaba”.
la Cruz Roja se ocupó de distribuir tablets educativas
Recuerda con especial ternura el caso de una niña que tenía que compartir habitación con sus cuatro hermanos, uno de ellos recién nacido. La comunicación con ella era prácticamente imposible por culpa de todo el ruido que le rodeaba hasta que le consiguieron unos cascos, y de la misma forma, al ver que la situación se prolongaba mucho más de lo que se podría haber esperado, la Cruz Roja se ocupó de distribuir tablets educativas a todos aquellos que las solicitaban por falta de recursos.
El voluntariado se transformó más que nunca en una forma de evasión para los niños, era un pequeño soplo de aire fresco que les permitía socializar con sus compañeros de siempre cuando todo lo demás a su alrededor había cambiado. “Creo que a todos nos hacía sentir que no habíamos perdido por completo la vida que teníamos antes de la pandemia. Cuando el desgaste era insoportable, hablar un rato con los niños resultaba esperanzador”.
Cuando el desgaste era insoportable, hablar un rato con los niños resultaba esperanzador
Ahora más que nunca, Sara Ávila afirma con orgullo fácilmente visible a través de sus ojos que escoger el voluntariado de atención escolar a niños con riesgo de exclusión social le ha hecho crecer personal y profesionalmente más de lo que nunca podía haber llegado a imaginar. Habría sido imposible anticiparse a todo lo que está ocurriendo en estos trágicos meses, pero la estudiante salmantina puede confirmar con un suspiro de tranquilidad que finalmente sí estuvo a la altura de las circunstancias.