Cuando le llegó la noticia, Sunme, o Suny, como prefiere que la llamen, se encontraba impartiendo una clase. Era una serena tarde de octubre en la que las hojas caídas de los parques de Seúl anunciaban la próxima venida del invierno. El reloj de la pared marcaba las ocho cuando su teléfono comenzó a sonar intempestivamente: «Pensé que quizá se había muerto alguien», recuerda. Cuando por fin desbloqueó su móvil, no podía creer lo que pasaba: habían galardonado a Han Kang con el Premio Nobel de Literatura. «Es el primer Nobel para la literatura coreana, y Kang se convierte además en la única mujer asiática en recibirlo», nos cuenta orgullosa.
Antes de terminar La vegetariana me dije a mí misma: esto lo tengo que traducir
La sonrisa de Sunme Yoon traspasa la pantalla. De rasgos coreanos, posee un fuerte torrente de voz y un marcado acento argentino que sorprende a sus interlocutores. Nació en las afueras de Seúl, pero se trasladó con su familia a Argentina cuando apenas era una niña. Allí adoptó el castellano como lengua materna. Tras estudiar Letras en Buenos Aires y finalizar su doctorado en Madrid decidió volver a Corea del Sur a finales de los noventa. El primer trabajo de Suny en su país natal fue de profesora de español, sin embargo, «esto me aburría soberanamente», comenta. Se acercó a la traducción por casualidad, gracias a la recomendación de una amiga, y le apasionó.
La primera vez que oyó acerca de Han Kang fue en 2012. «Por esa época yo ya llevaba diez años traduciendo, y buscaba algo nuevo y diferente. Al no haber formado parte del sistema educativo coreano, no me importaban los cánones. Leí entonces un artículo que mencionaba a tres o cuatro jóvenes promesas de las letras coreanas, entre las que estaban Han Kang». Decidió darles una oportunidad a las obras de estos autores, y dio la casualidad de que el primer libro que leyó fue La vegetariana de Kang. No llegó a leer el resto. «Antes de terminar la primera parte me dije a mí misma que esto era algo que tenía que traducir. Lo traduje muy comprometida y muy emocionada; me llegó muchísimo La vegetariana». La obra, por aquel entonces, únicamente había sido traducida al japonés. La versión en español a cargo de Sunme Yoon se publicó a finales de 2012 en Buenos Aires, bajo el sello de la editorial independiente Bajo la luna.
Una publicación demasiado avanzada para su época
La magnum opus de Kang narra la historia de una mujer surcoreana que, tras una serie de sueños perturbadores, decide dejar de comer carne. Esta pequeña y a la vez gran decisión provocará una ruptura radical con su entorno que desembocará en una insospechada transformación física y mental. Tras su éxito rotundo en Argentina obtuvo reconocimiento a nivel mundial, consagrado con el Booker Internacional 2016 (premio otorgado a la mejor obra de ficción del año traducida a lengua inglesa). Así, La vegetariana se ha convertido en un auténtico best seller y en uno de los clásicos de la literatura coreana contemporánea. Sin embargo, no siempre tuvo la misma acogida. Su publicación original en 2007 apenas tuvo repercusión. Nuestra entrevistada tiene una explicación clara para esto: «La vegetariana se trataba indudablemente de una obra demasiado avanzada para su época. Fue editada diez años antes de movimientos como el #Metoo y en ese momento el feminismo era aún muy incipiente en Corea».
Le preguntamos ahora directamente sobre Han Kang. Menuda, de pelo negro y voz suave, «es la imagen viva de cómo imaginé a Yeonghye, la protagonista de La vegetariana», comenta Suny divertida. Sin embargo, su apariencia engaña, y esconde una profunda personalidad que plasma magistralmente en sus letras. La prosa de la escritora, originaria de Gwangju, es en algunos estados directa y desgarradora, casi incómoda; siempre poética. Se expresa con una claridad y contundencia que golpea al lector y lo aturde.

Han Kang escribe con el cuerpo
Nuestra entrevistada nos relata el primer encuentro entre ambas: «Es una historia muy curiosa. En 2013, el Instituto de Traducción de Literatura de Corea llevó a Han Kang a Argentina para la Feria del Libro de Buenos Aires. La sala en la que dio su coloquio estaba llena, y le hicieron preguntas de gran sensibilidad. Kang volvió a Corea muy conmovida y se puso en contacto conmigo para agradecerme mi traducción. Además, me dijo algo de lo más sorprendente que nunca olvidaré: ¡que el público del otro lado del mundo había entendido su novela mucho mejor que los propios coreanos!». Desde entonces, las carreras de ambas han discurrido de la mano. De hecho, Sunme Yoon sigue traduciendo las nuevas novelas de Kang, bajo petición expresa de la autora.
Traducir literatura tan compleja y poliédrica como la de Kang requiere de un gran manejo del lenguaje, además de esfuerzo y tiempo, mucho tiempo. Por ello, Sunme Yoon, aunque lo niegue, es una de las voces más cualificadas para analizar la obra de la premio Nobel. «Es una obra, primero, auténtica», comienza. «Profunda —largo silencio— y desgarradora. No te puedes quedar indiferente leyéndola. O te gusta, o no puedes seguir. Sé de mucha gente que no ha podido continuar la lectura, porque era demasiado fuerte», matiza. «Su estilo es poético, pero siempre tiene una marcada intencionalidad, no es lírica porque sí, todo lo que escribe responde a una necesidad. Sus novelas están muy bien estructuradas desde el punto de vista narrativo. Sin embargo —aquí rescata una frase para la hemeroteca— para mí Han Kang escribe con el cuerpo. Esto es difícil de explicar, pero creo que el que la ha leído sabe a lo que me refiero: es una literatura que traspasa».
Los traductores literarios somos exploradores que vamos a otros mundos
Hacemos una pequeña pausa que Suny aprovecha para beber agua. Me doy cuenta de que no ha parado de sonreír desde el principio de la entrevista. Cada vez que habla escudriña la pantalla en busca de la palabra exacta, como si se encontrara inmersa en una importante labor de traducción. En su profesión, precisamente, nos centramos a continuación.
Hace un par de años, Sunme Yoon formó parte del II Congreso Internacional de Traducción Literaria de la Universidad de Málaga. Su ponencia se titulaba: «Traducir es habitar en el límite». Por esta idea le preguntamos: «El título proviene del hecho de que el traductor no está en el centro. En el centro se encuentra el autor. De hecho, mientras menos se nota la presencia del traductor, más conseguida está su obra. Esta es, para mí, la gran paradoja del traductor: cuanto mejor traduces, más invisible te vuelves», defiende. «Por otro lado, es importante recordar que en el centro se encuentran el reconocimiento, la atención… pero las revoluciones, los cambios, ocurren en los límites. Además, estos márgenes, no son solo fronteras, son también umbrales a otros mundos e ideas». Sunme cierra su soliloquio con una metáfora que contiene la definición más bella que he oído acerca de la traducción: «Yo me siento exploradora —comienza— como Livingstone cuando descubrió las tumbas de Egipto. Fue el primero en ir, las vio y dijo: 'Esto lo tengo que contar'. Pues los traductores literarios somos eso: exploradores que vamos a otros mundos, y tras observar las maravillas, volvemos y las contamos con la mayor exactitud posible».
Con lo que pagan las editoriales, no podría vivir de la traducción. Ni siquiera ahora tras el boom de Han Kang
Desgraciadamente, las editoriales muchas veces no dan valor suficiente a la figura del traductor. «Ellos —las editoriales— piensan que si la obra es buena en su idioma original, cualquier traductor vale, y la realidad es que no es así», aclara la lingüista. De hecho, nos explica que ella ha podido dedicarse a la traducción en gran parte gracias a iniciativas públicas del estado coreano: «Con lo que pagan las editoriales, no podría vivir de la traducción. Ni siquiera ahora tras el boom de Han Kang. Por suerte, en Corea del Sur contamos con el LTI (Instituto de Traducción Literaria de Corea) que tiene una academia —en la que trabaja formando a nuevos traductores— y subvenciona traducciones de obras literarias coreanas». Para Sunme, esta apuesta tiene su explicación en las características personalísimas de su país: «Muchos países dan becas, pero no a este nivel. Fíjate que en nuestro caso ocurre lo siguiente: el coreano solo se habla en la península de Corea, y de hecho, la mitad de la península está aislada, como si fuera Marte. Por ello, la única forma de dar nuestra cultura a conocer en el exterior es a través de traducciones».
Se acerca el momento de despedirnos. Cuando accedió a hablar conmigo, le prometí a Suny no robarle más de cuarenta y cinco minutos, y sería descortés no cumplir con lo pactado. Prestando atención me percato de que ni siquiera el relato de las injusticias a las que los traductores deben enfrentarse día a día ha logrado ensombrecer su semblante radiante.
La única forma de dar nuestra cultura a conocer en el exterior es a través de traducciones
Pienso ahora en la repercusión de algunas producciones coreanas recientes como la película Parásitos (que recibió cuatro premios Oscar en 2020) o la serie Los juegos del calamar (que se convirtió en 2021 en la serie más vista de la historia de Netflix). Así, le pregunto si Corea está de moda, y ella lo tiene claro: «Sí, yo diría que sí. Y nos queda todavía mucho que presentarle al mundo». ¿La clave de este éxito?: «Pues que hoy en día no existen fronteras en la cultura, además, las obras coreanas destacan por su carácter universal. Cualquier lector del planeta puede verse reflejado en ellas. De hecho, se podría decir que a Han Kang la descubrieron los lectores extranjeros…», finaliza. En aras de la exactitud, podría afirmarse que el «fenómeno Han Kang» se gestó en realidad en el mundo hispanohablante, gracias al incesante esfuerzo y al instinto literario de una mujer, traductora por vocación, argentina de corazón y coreana de nacimiento, llamada Sunme Yoon.