sábado. 14.12.2024
Tecnología y sociedad

La vida digital

Decía el australiano Clive Hamilton allá por 2006, en su obra “El fetiche del crecimiento”, que no hemos aprendido a vivir con nuestra prosperidad. Esta es una premisa que con relativa facilidad podemos extrapolar al ámbito tecnológico. Por eso merece la pena reflexionar, y con suerte teorizar, sobre los desafíos que lo digital impondrá a lo social en un futuro no muy lejano, aunque ya lo esté haciendo.

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Mundo digital. Foto: David Bruyland para Pixabay

Si la tecnología constituía el elemento más característico de la era moderna, tal y como apuntó siempre Heidegger, la apropiación que los seres humanos hacemos hoy de ella nos escupe directamente a una era posmoderna, aunque el antropólogo Arturo Escobar no alcanzara a verlo por el año 2005. Estamos ya insertos en la posmodernidad precisamente porque ya no solo usamos tecnología, sino porque somos per se tecnología. Nos dotamos de herramientas, creamos contenido, lo publicamos en tiempo real y ahora incluso vestimos tecnología con los llamados wearables: somos el fruto de un proceso tecnológico que se ha sucedido sorprendentemente rápido. Con todo, catorce años después de la premisa de Hamilton, prevalece la duda sobre si hemos logrado conciliar la vida puramente terrenal con la prosperidad digital que sigue evolucionando paralela a nosotros. Es decir, no es que la humanidad se haya estancado, sino que la tecnología avanza a un ritmo mucho mayor al que nosotros podemos avanzar físicamente.

Vivimos en la posmodernidad porque somos tecnología

Existe pues, hoy más que nunca, la necesidad  de socializar la alfabetización digital. Y digo socializar a conciencia porque el entramado tecnológico ha sido creado por un número no demasiado extenso de mentes brillantes, que en mi imaginario tienen la cara de Mark Zuckerberg, las cuales en su día lanzaron al ciberespacio sus creaciones sin especificar muy bien el uso que debíamos hacer de ellas. Si Ikea ha explotado ese librito indescifrable que es el manual de instrucciones, la tecnología debería hacer lo mismo.

De esta manera, se abre paso entre los que pretendemos hacer de las Ciencias Sociales y la Comunicación nuestra forma de vida el reto de expandir un conocimiento digital que nos permita minimizar los efectos resultantes de no estar aprovechando al máximo la potencialidad que ofrece lo tecnológico. Este punto de partida doble es fundamental:

  1. Por una parte, entender que lo digital está modificando nuestro desarrollo socioeconómico, produciéndose así un cierto determinismo tecnológico (tan criticado desde el siglo pasado por filósofos como Ortega y Gasset)
  2. Por otra parte, reconocer que existe una brecha entre tecnología y sociedad, única y básicamente por el ritmo de evolución diferente de ambos.

Existe una necesidad real de expandir conocimiento digital a través de la alfabetización mediática

Sin embargo, nos empeñamos en creer que somos hábiles digitales e incluso leemos Excel for dummies los que no terminamos de creérnoslo. De hecho, esta obra infumable de 233 páginas reposa en mi biblioteca sin aspiraciones a terminar de ser leída. Supongo que por eso mis competencias en Excel son reducidas. El caso es que no se está enseñando desde la infancia, ya no un uso puramente táctil de herramientas como smartphones o tablets, sino un manejo y gestión óptimas de toda la información que estos aparatos contienen. Es una cantidad de datos verdaderamente ingente; sin ir más lejos, el Big Data.

La urgencia radica en un buen manejo de toda la información que contienen los dispositivos tecnológicos

Así, si hace unas líneas mencionaba el ciberespacio, no sería tampoco descabellado hablar de una cibercultura, en esa lógica de construcción social de nuevos espacios digitales. La tecnología nos enfrenta constantemente con mundos paralelos al terrenal, pero en los que encontramos novedosas formas de identidad.  Este fenómeno de la sociedad post-mediática, introducido por el psicoanalista francés Guattari, trae consigo un mayor attachment a lo digital que a lo social, con el peligro que esto sugiere.

La tecnología nos enfrenta con mundos virtuales en los que desarrollamos un mayor grado de identidad

Nos sentimos más cómodos tomando decisiones y formando parte de una comunidad en la red que en la vida real. Además, no existe aún una conciencia real, colectiva o individual, de que esto esté sucediendo. De ahí el desafío.

En lo que a la cibercultura respecta, esta ejemplifica que, a raíz de las creaciones de Zuckerberg y sus colegas, la sociedad se dispone a analizar cada artefacto tecnológico: inteligencia artificial y biotecnología en este caso. Luego cada actor social lo interpreta de manera diversa en una suerte de flexibilidad interpretativa, según la jerga constructivista. Por eso ahora las redes sociales son el punto de encuentro de los más jóvenes mientras que las generaciones adultas luchan por hacerse hueco en este universo virtual que se les antoja lejano. Quizá debieran leer Internet for dummies.

El proceso quedaría así:

  1. Lanzamiento de nuevos artefactos tecnológicos
  2. Análisis social de los mismos
  3. Interpretación individual subjetiva
  4. Uso de los artefactos escogidos por el grupo o individuo 

Se podría plantear incluso un quinto punto: (5). Olvido de aquellos artefactos no elegidos, cabiendo también la posibilidad de permanecer reacio a un uso activo de la tecnología.

En cualquier caso, si una premisa hay clara es la de aplastamiento tecnológico que estamos padeciendo. Todo es digital ahora porque la frenética evolución de la tecnología así lo ha impuesto. Y que conste que nosotros, lejos de frenar el impacto, contribuimos a magnificarlo cada día con el uso y apropiación que hacemos de lo digital. Somos una sociedad post-mediática que vive en la posmodernidad, sin saber con certeza a qué remiten ambos términos. Por eso urge la alfabetización mediática, para encontrar conjuntamente el equilibrio en una era donde la tecnología está calando sin duda en nuestro modo de vida, consiguiendo incluso transformarlo.